“La historia comienza en Summer” ese fue el famoso título del historiador Samuel Noah Kramer, uno de los pioneros en el descifrado, gracias a la piedra de Roseta, del lenguaje encriptado que nuestros antepasados acadios y mesopotámicos dejaron cincelados en tablillas de arcilla hace más de 6.000 años.

Por cierto, lo más curioso de esas tablillas, de las primeras al menos, es que simplemente eran apuntes contables de registros impositivos. Es decir, efectivamente, la escritura se inventó para registrar el pago de impuestos.

Sin embargo, poco después fue necesario dar salida a todo el torrente creativo humano, y la primera epopeya de las que tenemos constancia es la del Rey Gilgamesh, gobernante y hombre más fuerte de la Ciudad-Estado de Uruk (actual Irak).

En ella, se relata cómo al morir uno de los mejores amigos de Gilgamesh, se propone un objetivo ante tal sufrimiento: llegar a las puertas del Infierno, para dar muerte a la muerte. Finalmente, y tras llegar allí, con muchos enemigos vencidos por el camino, entiende que los dioses crearon la muerte como parte de la vida, y que por ende, una era inseparable de la otra. Devastado ante tal aprendizaje, Gilgamesh vuelve al trono de Uruk, pero eso sí, más sabio que nunca.

Bien, ¿y si 6.000 años después, y con la ciencia como indiscutible aliada, existiera la posibilidad de “dar muerte a la muerte” y con ello, acabar la obra que el primer gran héroe de la humanidad empezó?

Bajo esta premisa nació en 2014 el proyecto Gilgamesh, en el cual decidieron empezar a visualizar la muerte como un fallo técnico, y por ende, si es un fallo técnico, tiene solución. Tanto es así, que se han puesto como meta curar el envejecimiento en un margen de 20 o 30 años. De esta forma, en 2.045 (fecha objetivo de los propios investigadores), la humanidad podría trascender como inmortal-

Para lograr este objetivo, empresas como Calico (propiedad de Google) o los laboratorios Abbvie, ya han destinado partidas de más de 1.500 millones de dólares, destinadas a curar enfermedades relacionadas con el envejecimiento.

Además, existen millonarias subvenciones, tanto por parte de la UE, como de EEUU, para potenciar las labores de investigación de estos laboratorios, donde no solo se buscará “curar el envejecimiento”, sino mediante nanotecnología e impresión de órganos a la carta en 3D, poder curar todo tipo de enfermedades actuales como el cáncer, el alzhéimer o la diabetes.

Según datos de la fundación Matusalén, ya hay más de 2.000 personas criogenizadas con la idea de ser revividas, cuando la muerte natural, tan solo sea un arcaico recuerdo de nuestros antepasados.

Sin embargo, para llegar a tal proeza apuntan a que primero será necesario llegar a la “singularidad”, es decir, al momento en que las Inteligencias Artificiales sean más inteligentes que los seres humanos. Según Abbvie, “ese momento está cerca, y cuando llegue, adquiriremos capacidades sobrehumanas que nos permitirán trascender en unos pocos años más”.

Y es aquí donde debemos preguntarnos, ¿Cuántas personas estarían dispuesta a pagar verdaderas millonadas por vivir muchísimos años más, con un cuerpo joven (o de mediana edad)? Seguramente no poca. Y ese es precisamente el argumento, que hace romper toda posibilidad de debate bioético sobre si es conveniente tener una “vida eterna”.

Con todo, es aquí donde les lanzo la pregunta: ¿Invertirían empresas como Google o Abbvie, que más allá de prometerles unos jugosos beneficios a largo plazo, desarrollarían una tecnología capaz de crear una casta de híper ricos, que tal vez nunca moriría, además del problema de sostenibilidad humana sobre el planeta, que plantearía a largo plazo?

Gilgamesh fue el primer gran héroe literario que buscó acabar con la muerte, pero hay puertas que a lo mejor nunca deberían ser cruzadas más allá de la propia ciencia ficción, porque con él empezamos, y puede que a causa de culminar su obra, acabáramos haciendo colapsar a la propia humanidad.