Igual que la mecanización de la agricultura supuso el abaratamiento de los procesos de producción de alimentos, hoy determinados países y empresas están apostando por una nueva revolución agrícola, pero esta vez tecnológica y científica. De esta forma, empresas como Kalera o Aerofarms, están desarrollando cultivo de hortalizas y verduras frescas, sin usar suelo, con apenas agua y sin Sol ni pesticidas. ¿Cómo es esto posible?

Esto es posible gracias a la agricultura hidropónica, también conocida como agricultura vertical. Y es que en el lugar de tener una única capa de cultivos sobre extensiones de tierra, se tienen un alto número de capas de cultivos, separadas por unos pocos metros o centímetros (en funciones de las necesidades de la planta o su ciclo de vida) , apiladas en un mismo espacio, sin necesidad de explotar nuevos terrenos. Así pues, estamos hablando de una agricultura 4.0, que permite controlar, en base innovaciones tecnológicas y científicas parámetros como el agua, iluminación o nutrientes… de cada capa, adaptándolas a sus necesidades.

Y los beneficios que han supuesto la innovación tecnológica aplicada a la agricultura, no se han hecho esperar. Por un lado, a nivel económico supone todo un boom debido al alto grado de producción de calidad (debido al riguroso control de calidad al que es sometido cada planta) que supone cultivar en un espacio tan reducido o no estar expuesto a las injerencias del clima como pedradas, olas de calor, frío…, y por el otro ecológico, ya que supone cultivar libre de pesticidas y con un ahorro de recursos naturales básicos como el agua.

Esto ha permitido a países como Holanda, un país de un tamaño similar al de la comunidad valenciana, pero con una densidad de población diez veces mayor y un clima poco favorable, colocarse a la vanguardia de la agricultura mundial. De hecho, los países bajos ya son el primer exportador de plantas y hortalizas frescas como tomates y lechugas a nivel europeo, es más, el tomate holandés es el más barato de toda la UE y cuesta una cuarta parte lo que cuesta producir un tomate en España con las técnicas actuales. Pero es que además son el segundo país exportador de alimentos a nivel mundial, solo superados por EEUU.

Con un ahorro de hasta el 95% de agua, cultivos sin pesticidas y una luz medida y regulada a las necesidades del ciclo de cada planta, permiten una cosecha hasta 80 veces superior a la agricultura tradicional. Tanto es así que su uso se está expandiendo por todo el mundo y hoy, ya podemos encontrar estas granjas verticales en lugares tan áridos como Abu Dabi, países nórdicos o tan tropicales como Hawai. De hecho, en Suecia existe el proyecto World Food Building que pretende construir edificios híbridos con oficinas o viviendas en un lado y zonas de cultivo vertical en el otro, potenciando alimentos frescos y locales.

¿Y por qué España con unas condiciones tan buenas no está a la vanguardia de la agricultura mundial? Debido a la poca consonancia que hay entre institutos de investigación agrícola, universidades y el propio campo. Mientras las ayudas de la PAC, tienen a nuestros agricultores anestesiados entre la atonía y la protesta, en Holanda, la Universidad de Wageningen, especializada solo en temas agrícolas, han desarrollado programas de colaboración público-privados con los cuales se busca conectar a sus estudiantes directamente con el mundo agrario a través de la inmersión tecnológica. Así, mientras nuestros centros de investigación se dedican a elaborar largos y aburridos artículos sobre las diferentes razas de patatas o el origen de las mismas con cero aplicaciones prácticas, en Wageningen buscan atraer el talento de todas las partes del mundo a cambio de la promesa de desafío, tecnología y futuro